martes, 14 de julio de 2015

Lo que cuesta desprenderse de todo.

Es mi segundo verano que me toca trabajar, y nunca he tenido tantas ganas como este año de estar entre semana en la ciudad que se queda vacía para uso y goce propio, que llegue el mediodía del viernes, hacer la maleta y descansar dos días antes de volver a casa el domingo por la noche para retomar el trabajo. Es un placer mantener la cabeza todo un verano haciendo algo que te gusta y te motiva y a la vez apreciar cada segundo de los pocos días que tienes para desconectar. Significa que sigo una rutina, que no me da tiempo a olvidarme de mis funciones, que cocino para mi todo lo que me gusta, y que no me siento mal conmigo misma por estar sin hacer algo de provecho. Y sé que este verano voy a saber conjugar ambos extremos, el disfrute y la obligación, porque tengo la experiencia del año pasado que siempre es un punto a favor.

He tenido veranos y más veranos enteros frente al mar, y lo que de pequeña me parecía un paraíso y mi merecido descanso después del curso, ahora a veces es todo un infierno. Si antes no me importaba rebozarme en la arena, ahora no soporto notarla por el cuerpo. Bañarse y disfrutar de las olas consiste en evitar ser atropellada por quince personas con sus respectivas tablas. Y nunca he sido capaz de tumbarme a tomar el sol más de media hora y me dedico a pasear por la orilla como la gente mayor.
Los amigos que ves de año en año intentan resumir diez meses la primera noche de copas y con los que de verdad mantienes el contacto durante el invierno te conocen y saben perfectamente que lo que quieres, porque es lo mismo que quieren ellos, es darles un abrazo, tirar kilómetros con ellos y aparecer en la otra punta del país (o en alguna ciudad extranjera) y desahogarnos contando todo lo que nos ha pasado para cerrar de una vez el cajón. 

Podría decir que el verano supone para mi Nochevieja y Año Nuevo juntos. Despido lo malo mientras deseo un buen comienzo en septiembre. Al igual que la limpieza que hago siempre en torno a estas fechas de mi armario. Algo tan tonto como tirar ropa que ya no usas o no te vale se convierte en una metáfora de lo que cuesta desprenderse de todo. Porque sabes que a la vuelta te espera lo que no ha tenido tiempo para despedirse como se merece.

Menos mal que este verano va a volver a tocar norte y también sur. En pequeñas dosis, pero muy necesarias.


De mi para el verano. No te hagas largo ni corto. 
Basado en experiencias anteriores.

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