miércoles, 30 de diciembre de 2015

2016.

Yo no le pido al 2016 porque el 2015 no me escuchó. Que sea el año nuevo el que me pida a mi y que lo haga con ganas y fervor, porque yo no puedo hacer ni un resumen del año que termina porque para mi no acaba hasta que se solucione lo que empezó. 

Pero sí puedo decir que de las personas no sólo se aprende lo que debe hacerse, también lo que no hay que hacer. Que hay que respetar la manera que tiene cada uno de afrontar las penas, aunque no las compartamos. Saber conceder tiempo tanto al resto como a uno mismo; perdonar y perdonarse. Dar las gracias por el más mínimo detalle que hayan hecho por nosotros.

Aprender a cerrar capítulos con uno mismo, a abrir las ventanas y no las puertas que anteriormente cerramos con llave cuando lo que se necesita es tomar el aire. A distanciarse para coger impulso, a hacer autocrítica objetiva por cada comportamiento que se salga de nuestra forma habitual de ser, a convivir con todo lo que nos rodea, a no excusarse, a no quejarse, a prestar atención a lo que de verdad importa y evitar todo aquello y a todos aquellos que nos alejan de donde realmente queremos estar mañana.

Saber encajar los golpes. Aprender a darlos más fuerte. Decir para nuestros adentros: podemos con ésto y más. Porque nunca vamos a llegar a conocer hasta dónde somos capaces de llegar si no nos echamos a caminar.



De mi para el 2016.
Basado en un año que no quiero que se repita.


martes, 29 de diciembre de 2015

Yo, tu, te y me.

¿Que me qué?

¿Tu me qué?

Tu te. Si, tu te. A mi no me. A ti, a ti y a ti. A mi no me.

¿Que yo qué?

Yo no te.

¿Que yo te qué? Yo no te, no te y no te. Yo ni te ni voy a.

Yo me.

Y punto.



De yo para tu.
Basado en abreviaciones.




viernes, 25 de diciembre de 2015

Granada.

Granada es la voz quebrada desde que cruzo el portón de casa, son lágrimas que no me importa que salgan y sobre todo es el abrazo a mi abuela. Llegar al cuarto de mi padre y ver que cada vez que he estado aquí hay algo que me hace recordarlo, fotos de cuando era pequeña apoyadas en los libros de mi padre que hay en las estanterías.

Granada es una contrarreloj conmigo misma, es sacar las ganas de patalear como un niño y gritar "¡yo no me quiero ir!", es saber que tengo poco tiempo para disfrutar, coger aire y volver a sumergirme.


De mi para el tiempo. Párate en seco para no tener que mirar el reloj cuando estoy aquí.
Basado en verdaderos momentos de paz.

sábado, 19 de diciembre de 2015

De corderos ladradores.

Comiendo a las siete de la tarde en su casa, mi amigo Miguel, recién llegado del aeropuerto, me hizo un breve resumen de su experiencia mexicana. Fiestas, estudio y fin de carrera. Poco tardamos en llegar al tema del amor. Él dejó aquí su vida en pausa y me dijo al tiempo que empezábamos el postre: "es hora de retomar todo lo que dejé". Y acto seguido se fue a cambiar de ropa, coger las llaves, dar un beso a su madre y salimos a la calle. Le acompañé hasta la plaza de al lado de su casa y mientras nos despedíamos me soltó la siguiente frase: "nada ha cambiado, tu y yo seguimos siendo en el fondo unos corderos". Y me dejó con la palabra en la boca y echó a andar.

Miguel siempre me deja sentenciada en una frase a la que hay que dar un par de vueltas para entender todo su significado. Sabe que yo voy a reprocharle su dureza jugando a la defensiva y por eso, cuando tiene que decirme algo que sabe que de primeras no me va a gustar pero que es cierto, lo hace a la cara y se va. Creo que es la mejor forma para que yo tenga tiempo para pensar con profundidad el mensaje y acabe por darle la razón la próxima vez que nos vemos.

Seguimos siendo unos corderitos más bien. Si algo me identifica con mi amigo es lo agresivos que somos de primeras al conocernos. No habremos oído veces que somos secos, bordes, pero que si se nos conoce y se establece confianza, somos buenos. Ahora, cuando conocemos a alguien, tardamos en poder llamarle amigo, y es porque ambos sabemos el alto valor de la confianza y del respeto. Alguna vez que otra hemos pecado de ingenuos, y es que en el tiempo que se tarda en apreciar a una persona, hay algunos que toman atajos para llegar antes a nosotros y no los hemos visto venir. De buenos a veces somos tontos. Y nosotros, que de primeras podemos parecer perros de presa, debajo del disfraz se esconde la lana. Perro ladrador poco mordedor.

Por eso esta vez, con esa frase de despedida, debo decirle que, si no debemos creernos el "todo vale", menos lo debemos hacer con el "todo cuenta".

Para el recién llegado. Lo mismo que perdonamos al resto, también debemos aprender a perdonarnos a nosotros mismos y saber cuando abandonar. Será el propósito de año nuevo.

P.D.: Dile a tu madre que nos prepare su lasaña.

Calma y silencio.

Hay veces que no se puede abarcar todo, de eso no hay duda, pero se intenta. Y en el intento de compaginar varios aspectos de tu vida, y más cuando la sensibilidad está a flor de piel, buscas también tiempo para estar en calma. Quien no llora en la primera, va a romperse mientras llora en la última, y más cuando sabe que no ha llegado el final que tanto esperaba. Que la Navidad es feliz si no faltan sillas en la mesa y cuando hay algo que realmente vale la pena celebrar.


Yo, mientras ahogaba mis ganas de llorar evitando hablar, en ese enero que me parece ayer, esos puntos que unidos forman las fronteras y muros que delimité en el principio con ganas y esfuerzo para que no se vinieran abajo, se fueron disipando como si fueran humo con el paso de las semanas y de los meses. No necesité acciones ni palabras, sólo hubo el silencio generalizado y mi letargo. Un sueño profundo que empezó por desechar la rabia y el dolor en un principio, siguiendo por actuar de forma automática manteniendo la cabeza alejada de todo pensamiento, volcándome en cada cosa que hacía, intentando restar importancia mostrando una sonrisa, evitando caer en la tentación de quejarme, levantando la cara ante el picor de ojos que vaticina las lágrimas para que no se escapen y acabó en el momento en el que me vi abandonando una casa a media mañana con la ropa del día anterior y por primera vez en meses con lágrimas recorriendo mis mejillas ante la rabia que me producía saber que no había ni la más mínima confianza para decir lo que me dolía. 

Porque jamás pensé que cruzaría alguna de esas barreras. Porque jamás pensé que pudiera sentirme tan vulnerable. Porque en esa calma y silencio que buscaba simplemente no pensar por un rato, comprendí que también me había silenciado por completo.

Creo que en ese momento comencé a despertar. 

Esto no ha terminado, pero al menos ahora sé que va a tener un final, aunque sea en el los siguientes meses tras este diciembre de este 2015 que no ha terminado por ahora y que todavía va a durar un asalto más. Ahora sí me sirve con llorar para poder lograr vaciarme de esta sensación de frustración y en escribir, porque es ahora donde se encuentra la calma que tanto necesito.



De mi para vosotros. Nunca, repito: NUNCA calléis esa voz interna que guía vuestros pasos, aunque puede que llegue a contradecirse a veces. Y si necesitáis llorar, llorad, que es imperativo. Aunque eso sí, procurad que siempre sea al lado de personas que van a entender el porqué de cada lágrima y balbuceo. Yo tengo la suerte con contar a mi lado a esa persona tras cinco meses de distancia.

Y por el que calla, que otorga el silencio y con él el derecho de poder silenciar, poder volver a tomar el buen camino y que entre tanto ensordece el ruido que provoca. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Asqueroso diciembre.

Este año no te encuentro la gracia, ni los motivos para sonreir ni celebrar. Te noto rabioso, como si estuvieras pasando la cuenta de otra mesa por si cuela. Como si quisieras que éste 2015 lo recordásemos desde el 9 de enero hasta su fin. Créeme que lo estás consiguiendo, que nunca te he visto tan empeñado en dejar huella.

Ni deseos ni propósitos, bastante si pasas de una vez y nos dejas tranquilos. Será suficiente que dejes de dar los últimos coletazos a éste año que parece que, más que querer terminarse, está decidido en terminar antes con nosotros.

Dios, dime qué te hemos hecho. Porque me pongo a repasar y no encuentro razones para que te pongas así con nosotros. Ya son ocho diciembres a nuestra espalda y no en la tuya desde que empezó éste sabor amargo que no se va y cada año es más que el anterior, pero éste sí que te estás luciendo. Permíteme que te diga que tanto rencor no hay quien lo soporte, que se acaba escapando la lágrima y en Nochevieja suspiro aliviada porque te terminas.

Qué manía la tuya de hacernos recordar a los que no están, cómo ha cambiado la forma de celebrar la Navidad cambiando de lugar por fuerza mayor y lo más importante, qué valor el tuyo de presentarte tan rápido, cuando todavía tengo en mente las fiestas pasadas.

Yo no te celebraría. Ya no hay propósitos de año nuevo sino el único deseo de estar como estamos un año más. Y aún y así no nos lo concedes. Es más, no te echaría en falta ni a ti ni a tus regalos. Ni la comida ni el champán, porque ya echo de menos las mesas en las que no cabíamos y ahora sobra espacio entre las sillas. Porque echo de menos empezar los años con alegría y ahora el sentimiento es de miedo al pensar que el nuevo año puede traer consigo un disgusto más.

De mi para diciembre. Este año somos menos en la mesa y más lágrimas de alivio por los que estamos que lágrimas de felicidad.

Basado en años que pasan con más penas que alegrías.