jueves, 22 de octubre de 2015

Hoy.

"Dios, como te entiendo. Hoy sería el día perfecto para hacer la maleta y marcharse bien lejos." Y me abrazaste tan fuerte que me hiciste levantar los pies del suelo. Tras unos segundos abrazados, me contaste por qué querías huir y no me extraña.

Hoy me toca a mi. Yo también deseo alejarme. Sin embargo, cambio la ruta y me dirijo directa a por tu abrazo que es sinónimo de casa y a la vez de viaje, porque sigo aquí y sin embargo me parece que estoy a miles de kilómetros de distancia. Cobra sentido el dolor, las lágrimas y el cansancio cuando hay quien te reconforta de la manera que necesito para resurgir de las cenizas. 

Hoy, como cada día que me acoges cuando las fuerzas comienzan a abandonarme, es el punto de inflexión que hace que el día valga la pena y que nada pueda empeorarlo. 

Hoy, como cada vez que me das razones para levantarme, me demuestras una vez más todo lo que ya significas para mi.


Hoy, más que ayer.
Hoy no pienso en mañana.


De mi para todos esos "hoy". ¿Qué sería yo sin esos momentos en los que me aportas calma y tranquilidad?
Basado en días que nadie como él sabe alegrarlos.




Borrador.
2 de marzo del 2015. 
Y contigo cualquier día.

viernes, 16 de octubre de 2015

Un día de éstos.

Un día de éstos, dentro de poco porque lo presiento, vendrá el último día en el que te mantenga en el recuerdo y desaparecerás por completo. Tu nombre tendrá cien referencias antes que a ti y no habrá al que merezcas ser comparado. No evitaré hacer daño a tu memoria porque sabré que nada que provenga de mi te molestará, aunque lo sé desde el día que te hablé de haber conocido a otra persona y simplemente me preguntaste si se parecía en algo a ti y al final, muy al final, resultó que te superaba en maldad. Fue una pregunta bastante egoísta por tu parte. Por otra lado, me aconsejaste que huyera, que se le veía venir y yo te dije que no estaba hecha para esconderme. No me pediste volver, solamente me exigiste no avanzar.

Seguir y no detenerme es un valor del que nunca me voy a desprender porque me conozco y sé que, aunque de primeras no lo parezca, me gusta arriesgar y saber qué puede esperarme al final de cada camino, aunque lo ande a la velocidad de los caracoles.

Tampoco te saludaré, porque serás un fantasma al que sólo yo alcanzo a ver. Ya no descolgaré el teléfono corriendo pensando que te puede pasar algo malo y podré ponerlo en silencio todas las noches y dormir del tirón.

La culpa es mía por querer tenerte a una distancia prudente. Tras una vida he comprendido que no hay una segunda y me duele pensar que es imposible mantenerte a mi lado siendo muy en el fondo una buena persona por todo lo que ocurrió en el pasado y pensamos que por tu parte estaba superado. 

A veces juegas a mi favor y otras en contra. Me siento el visitante en mi propia casa, en mi propia vida. Estrechas el cerco con tus consejos y, por qué no decirlo, también con tus teorías que llevas a la práctica de forma nauseabunda. Porque no podrás negarme que tu llamada a las tantas de la madrugada y sabiendo dónde ibas a encontrarme no fue tensar la cuerda más de lo permitido. Al igual que tus visitas inesperadas. 

Aunque quiero creer que te confundes, al final debo darte la razón y también me culpo yo por dejar que me arrincones. No sé si será la edad o la experiencia, o ambas a la vez lo que te hace adelantarte a los acontecimientos, pero me conoces y sabes que me gusta llevarte la contraria por si alguna vez resulta ser yo la que gano. Ambos sabemos jugar sucio y cada vez nuestros pulsos son más y más dañinos. 

Sabes que procuro hacer todo lo que está en mi mano para que las cosas funcionen, que me cuesta dar por perdido algo o a alguien, que doy oportunidades, tantas y más como me gustaría que me concediesen si me equivoco.

Y algo me dice que a ti ya te di bastantes para que tu mismo encontrases las indicaciones que te di en el mapa.



De mi para el conmigo sin ti. 
Para ti sin mi. 
Una se cansa de escribirte, pero parece que es lo único de lo que sé hacerlo.
Basado en el eterno adiós.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Catorce.

Lo bueno de un martes trece, es que le sigue el catorce. Es un número que he pensado varias veces tatuarme por todo el significado que tiene para mi y al final descarto la idea al pensar: "si lo llevo grabado a fuego, ¿para qué necesito llevarlo impreso con tinta?".

El catorce recoge muchas fechas de distintos meses y años. Penas y alegrías, lágrimas de tristeza y de felicidad. También haber conocido a una persona muy importante en mi vida y también la despedida de otra. Puedo decir que todos los catorces son dignos de ser resaltados en mi calendario. Se cumplen nueve meses de, tres años y ocho meses de... Y así hasta que son cinco catorces a recordar.

Cómo pasa el tiempo. Lo que ya cuento en meses, me parece que ha pasado hace días, y lo que ocurrió hace años, me parece que fue ayer. No sé hasta qué punto intervienen los sentimientos a la hora de recordar momentos, pero supongo que mucho si todavía se me cae la lagrimilla, o sonrío, o me tiemblan las piernas, o un escalofrío que recorre toda mi espalda termina posándose en el pecho.

Se dice "para atrás ni para coger impulso", pero creo que no está de más girar la cabeza para mirar de vez en cuando lo que llevamos recorrido y qué lecciones nos dio el pasado para mejorar en el presente y en el futuro.



De mi para ella, para mi madre. Una fuente incesante de consejos.
Basado en fechas importantes.




sábado, 3 de octubre de 2015

Por tus clavos y los míos.

Por tus clavos y los míos estamos astillados. De tus clavos, tus vicios, tu mal humor, tus idas, venidas, ideas y desafíos estoy llena de agujeros como si de carcoma se tratase. De mis clavos, mis defectos, mis malos recuerdos, mis promesas de conceder otra oportunidad, mi incesante búsqueda dentro de ti de todo lo bueno que tenías, crees que pido la revancha intentando recomponerte por completo.

Y nos prometemos repararnos cuando sabemos que lo único que hacemos es lijarnos el uno al otro. Que de aquí sólo va a quedar serrín y polvo, pero seguimos intentándolo. Ambos mostramos lo egoístas que somos fingiendo intentar ayudarnos en ese empeño por demostrarnos que somos capaces de sostenernos mutuamente cada vez que vuelve a doler donde estamos más heridos. Y al final acabamos volando en mil pedazos.

Maldito orgullo.
Maldito lobo con piel de cordero.
Maldita falsa caridad.



Esto no es amistad ni es nada.