lunes, 13 de octubre de 2014

Por favor, no molesten.

El pasado, si quiere, acaba volviendo. Os lo digo yo que tengo demasiada experiencia con este tema. Detrás de aquella puerta que cerramos con llave hay alguien dando golpes constantes esperando a que le abramos y a su vez, con la intención de entrar. Porque no se va a quedar apoyado en el marco de la puerta solamente para saludar y preguntar qué tal nos va. Si vuelve, es que quiere algo.

Y ahí está la eterna pregunta. ¿Abro la puerta?

Cerré a veces con rabia, dando un portazo en las narices de los que hacen temblar la madera. Otras con mucho esfuerzo, evitando que cruzasen el umbral, poniendo toda clase de excusas de por medio para que no volviera a abrirse.

Y vuelven a llamar a la puerta. Y te ves en el dilema de abrir o no. Y yo, como persona sin remedio que soy, abro. Si es que no aprendo.
Debería dejar de ser tan cortés y educada. Fingir que no hay nadie en casa. Apagar las luces para que no se note que dentro vive alguien todavía. Que se han equivocado de portal, de número y de escalera.

Aquí ya no vive nadie.

Tenía argumentos de peso para cerrar. Demasiados y no sé dónde los he metido. No me acuerdo de dónde estaban. Venga, recuerda dónde los dejaste. Vamos, vamos. Corre, date prisa.
Te voy a abrir y espero que, con tan solo verte, me acuerde de todos y cada uno de ellos. De todos esos fallos, errores, problemas, lágrimas, gritos y discusiones. Recuérdame por qué nos hicimos daño. O por qué me lo sigo haciendo a mi misma.

Será que en el fondo soy algo sadomasoquista. Que si no duele, no me ha calado por entera. Que me gustan los imposibles o creer que existen las segundas oportunidades porque existe la posibilidad de enmendar y cambiar. Que creo en el buen hacer de las personas.

Yo sí que no he cambiado. Nada, absolutamente nada. Me siguen haciendo daño las mismas cosas. Me siguen emocionando los mismos detalles. Y sigo teniendo esos puntos débiles que nunca he corregido. Sigo con las mismas manías y gustos de siempre. Y en este momento multiplicado por dos. Porque la ausencia que deja al que se le cerró la puerta se llena con mi forma de ser más radical e intensa. Sigo siendo yo, pero entera. No sé si me explico. Me he convertido en mi mitad sin quererlo. Ya no busco la dependencia, sino el complemento que me aporte alegría, complicidad e ilusión. No estoy mal sola, pero sigo siendo una persona que prefiere la compañía. Que no ha perdido en ningún momento las ganas de estar con alguien, simplemente no aparece y yo tampoco hago méritos por buscarla. Me valoro mucho más. No quiero a la primera persona que me demuestre un poco de cariño. Quiero el todo. Porque yo me conozco y lo que me demuestran, intento devolverlo doblemente. No quiero un juego de balanzas esperando equilibrarse.

Y sé que todo lo que quiero no está en el pasado, porque si se cerró la puerta, es que había motivos para hacerlo. Y aunque a veces mire hacia atrás, nada ha cambiado y sigue siendo más de lo mismo que fue. Nada ha cambiado. Las personas no cambian. Es un hecho constatable.

La meta está al final del camino que todavía sigo recorriendo. Detrás solo hay huellas.

Te vuelvo a cerrar la puerta, poniendo un letrero como en los hoteles: "Por favor, no molesten."



De mi para el pasado.
Basado en hechos que se repiten una y otra vez siguiendo el mismo patrón.


domingo, 12 de octubre de 2014

El "para siempre".

No me gusta usar la frase "para siempre" porque el infinito es relativo. En cualquier momento el fin puede llegar y esa eternidad prometida se disuelve tan rápido que no deja ni rastro de lo que fue.
No existirá un "para siempre" porque no hay nada en esta vida que dure permanentemente tal y como es. Cambia de esencia, de forma, de lugar. Avanza, da un paso hacia adelante o vuelve a la línea de salida. 
Las relaciones personales son un ejemplo. En este momento, ¿quién puede garantizar que estará hasta la muerte al lado de otra persona? Y no me refiero al matrimonio, eso es un caso aparte.

Me refiero a la amistad.

Y no una amistad de bar, de esas que podrían titularse "hasta que las copas nos separen". No. 

Me refiero a la verdadera amistad. Esas escasas personas que forman la pequeña familia que uno ha elegido y se pueden contar con los dedos de las manos. Porque por mucho que nos empeñemos, las listas de amistades de las redes sociales las llenaremos de simples conocidos que nos hemos ido encontrando por el camino; pero los estados del muro, las fotos, los vídeos y las menciones siempre serán para unos pocos con los que vamos paseando por caminos paralelos al nuestro. Más distanciados o menos, eso no es lo importante. 

Esas verdaderas amistades serán nuestros compañeros, nuestros verdaderos confidentes, nuestros baúles de recuerdos que abrimos tomando un café y recordando anécdotas y momentos. Nuestros apoyo y, sin merecérselo, nuestros sacos de boxeo, con los que descargamos toda la rabia, impotencia y sufrimiento que llevamos a veces dentro. 

Por eso, hay que saber elegir bien a quién queremos cerca de nosotros. Porque el "para siempre" puede que no exista, pero sí la seguridad que da saber que hay quienes te acompañan día a día.

De mi para los verdaderos amigos.
Basado en hechos que invitan a considerar que el "para siempre" puede existir.



(No es de mis mejores post, pero el día de hoy merecía un espacio.)