Creo que ya tocaba decirlo.
Hay personas que han estado en las malas, en las peores y en
mis auténticos fracasos y es con ellas con las que comparto las buenas, las
mejores y mis mayores alegrías. Yo tengo la suerte de poder contar a esas personas
con los dedos no con una mano, sino con ambas. Cada una es diferente y no habrá
ninguna de ellas que sea mi homóloga. Chocamos muchas veces pero eso no es nada
en comparación con todas las veces en las que estamos de acuerdo.
Todos ellos son muy suyos, de su padre y de su madre. Más
extrovertidos que yo, menos habladores o con más o menos carácter. Pero lo que
las une es su sinceridad, la confianza y el aprecio que
las tengo. Me conocen bien y saben cómo hacerme sonreír, qué tienen que hacer
si estoy enfadada o cómo consolarme si me da por llorar. Saben mis gustos
respecto a todo y nunca fallan ni en mi talla de ropa ni en las películas que
me gustan. Conocen mis debilidades y saben mi forma de ser y predicen mi forma
de reacción ante las situaciones. Para ellos soy como un libro abierto y me
siento orgullosa de decir que ellos han rellenado gran parte de las hojas que
lo componen.
Hay gente que tiene amigos. Yo tengo a mi lado personas que no
se merecen que las llame amigos, porque son más que eso.
De mi para vosotros. Aunque no digo muy a menudo cuánto os
quiero, sabéis que lo siento.