Tras años observando combinaciones extravagantes de parejas,
tras buscar razones físicas, psíquicas, químicas y emocionales, tras
pellizcarme, tras dejar de beber para poder apreciar con mayor objetividad,
tras culpar a la casualidad, me siento capacitada para afirmar que los hombres
interesantes de este mundo van de la mano por las calles de vuestras ciudades
con tías mediocres por no decir auténticos casos de psiquiatría.
Es importante que tengamos claro que nada de lo que hagamos
va a cambiar esta realidad aplastante: ellos las prefieren locas. No os
angustiéis: las verdades universales nunca son fáciles de digerir.
Y esto lleva a una segunda verdad categórica: nunca se
juntan dos especiales, dos interesantes, dos almas gemelas. Todas las parejas
funcionan porque uno es el antagonismo de la otra. El capullo y la buenaza, el
caballero y la zorra sin sentimientos materialista, la inteligente con el
zoquete. El chico interesante y la loca. Eso es y será así por los siglos de
los siglos, Amén. Hacedme caso, cuanto antes se os meta en la cabeza, antes
daréis en el blanco.
Tengo que puntualizar. Para mí un hombre interesante es un
chico capaz de citar en medio de una cena o unas copas a Sabina, a Salinas, a
Neruda, a Carlos Salem o a Ángel
González sin sentirse por ello menos hombre, un tío al que el apellido
'Bukowski' no lo asimile a un obseso de las palabras, un golfo atrapado por la
senda del alcohol, sino un gran escritor que supo hacer brillar al género del
realismo sucio, un cínico, un hijo de puta con todas sus letras pero encantador,
de elegancia natural que a veces se marca y saca toda su galantería. Pero lo
vuelvo a decir, es mi opinión. Que para otras personas ser interesante
significa poder decir fútbol, fiesta, amigos y novia en una misma frase.
Ese tipo de chico en vía de extinción, ese Quique González,
ese Robe, ese Antonio Vega, siempre dando en el clavo contigo, siempre
haciéndote que te evadas, siempre haciéndote sentir una nueva sensación, alguna
idea o pensamiento más que a ti, obcecada de la vida que pensabas que ya lo
habías visto todo, se te ha escapado discurrir. Ese Bukowski, ese Sabina, ese
Salem, esa combinación de todos mis héroes, estará haciéndole el amor en
palabras o físicamente, a algún encefalograma plano cuya peor preocupación es
qué síntoma de demencia senil muestro yo mañana.
Y ahí vuelvo a esa clase de mujer, a la auténtica loca.
La niña buena que presentas a tus padres, que nunca te haya
puesto los cuernos, tierna, dulce, frágil, una princesa que proteger con tu
vida si hiciese falta, porque ella es mucho más que una novia: Ella es todas las
canciones de amor que la identifican y todas las veces que ha llorado con El
Diario de Noa, temblando y llorando desconsoladamente sólo de pensar que tal
vez nunca la quisieran de un modo tan puro.
Y ahora os pregunto chicos: ¿salvar de qué? ¿De hacerse la
cama todos los días? Porque una lleva sus locas vistas y la experiencia me
demuestra que más jodida es vuestra vida comparada con la de ella. Y ahora os
digo también, que no sois tan valientes como pensáis, que también la soléis
usar a esa loca para evadiros vosotros mismos de vuestros problemas. Que os
tengo calados, zorros.
Ella es una novela rosa en sí misma, con pequeñas pasiones
predecibles y conversaciones bucólicas, claro que sí, ella era la espuma de las
cervezas que os tomabais juntos con sus problemas, sus sonrisas, sus anécdotas
con sus amigas, con sus ex, con sus viajes planeados en los que ni en la mitad
estabas tú incluido. Lo cierto es que es ideal, políticamente correcta y
adorable. Hasta las reconciliaciones tras su último número que se asemeja, y
mira qué casualidad, a un episodio nervioso de un esquizofrénico.
Resumiendo: una mujer cualquiera. Loca sí, pero cualquiera.
Y al final todos locos. Como debe ser.
De mí para Bukowski.
Basado en hechos que se repiten hasta la saciedad.