jueves, 26 de junio de 2014

Las más altas torres.

Entiendo perfectamente a los alcohólicos. ¿Quién no se daría a la bebida con tanto loco suelto?. Cada uno tiene bastante de por sí con su vida como para preocuparte por la de los demás. En serio. Y cada vez estoy más segura que las más altas torres, los grandes muros y las mejores fortalezas caen y se derrumban por por el ataque constante de guerreros que intentan perturbar la vida que impera dentro de esos grandes bloques. Porque un soldado poco daño va a hacer, pero un ejército destruye. Cortan las vías de abasto, pero sobre todo las de comunicación. Y no de un plumazo, sino como el agua que poco a poco erosiona la roca. Poco a poco. Una auténtica guerra de desgaste.

Al igual pasa con las personas. ¿Qué ser de este planeta no sucumbiría al poder de la presión externa?. Hay que ser muy fuerte y saber contener la defensa. Que no caiga, que no explote, que no ceda ni un sólo paso.

De mi para las más grandes torres.
Basado en hechos devastadores.




miércoles, 25 de junio de 2014

Homo homini lupus.

Nadie se puede permitir ir por esta vida a medio gas. Ante todo y bajo ninguna circunstancia. ¿Quién se puede detener en este mundo en el que vamos a doscientos por hora?. Te arrollan, te pisan y no puedes dejar ni un solo segundo de moverte. Bailar el vals frenético y acompasado que es la vida hasta que el cuerpo lo permita, porque es quien lleva nuestros pasos, aunque pensemos que es la mente.

Y al igual que no podemos estar quietos, tampoco podemos mostrar nuestras debilidades en un planeta desbordado de caníbales y carroñeros. Ya lo dijo Plauto y no Hobbes, "homo homini lupus"; el hombre es un lobo para el hombre.

Creo que en esta vida no nos podemos plantear la posibilidad de ser humanos, sino hombres y mujeres. Dispuestos a todo, a comernos el mundo, en la búsqueda constante de nuestro interés y no de la felicidad.

Y es una pena que nos eduquen para seguir a la manada.

lunes, 23 de junio de 2014

El que no se consuela es porque no quiere.

Ya no se sonríe porque sí. Ahora debe haber siempre un motivo. Una razón, un momento, una persona. Algo que te anime a sonreír. Porque sino vas dado. Siempre habrá alguien que te recuerde algo malo. Algo o muchas cosas. Porque parece que estar enfadado es la clave para triunfar. Que tus motivos para gruñir sean mejores que los del resto y tengan la necesidad de consolarte. Y así todo el mundo. "El que no se consuela es porque no quiere". Y yo me niego. Porque somos la generación apesadumbrada. A la que le llueven los problemas del cielo y esperamos calarnos enteros, de pies a cabeza. Que no falten los problemas, los agobios, las dudas, la culpa. Que en nuestro interior siempre haya algo malo que nos justifique el mal humor. Y no.

Y aquí es donde juega un papel muy importante mi cámara de fotos. Diréis que es una tontería, pero nunca pensé que una máquina me aliviaría más que un ser humano.
Tengo cámara desde pequeña, las guardo todas con mucho cariño y de vez en cuando me gusta salir a fotografiar mi alrededor. 

Una vez le preguntaron a Lewis Hain, un fotógrafo de guerra, por qué había elegido esa profesión. Él contestó que si pudiese contar con palabras todo lo que veía, no necesitaría cargar todo el día con una cámara de fotos, que ciertos momentos de belleza, de desolación, de amor, y de egoísmo, estaban más allá de las palabras. Yo también lo creo, hay cosas que no podemos explicar con simples palabras. Cosas como seguir vivos, sentimientos como el amor y el compromiso, sensaciones como el volver a abrazar a un familiar, un amigo…

Quizás por eso nuestra vida se compone de imágenes, momentos congelados en el tiempo para siempre, y no la angustia interna. 


Quizás ese poder plasmar en fotografía un sentimiento me llena más que poder contarlo y sentirme mejor. 

Quizás ese momento en el que te das cuenta de que estás captando un segundo para siempre te hace sentir único en este planeta. Y notas como si fueras tu propia válvula de escape, y aprendes a consolarte tu mismo.



Creo que el ser humano todavía no se ha dado cuenta de todo lo bueno que puede darse a sí mismo y sólo conoce lo malo. 


Os recomiendo ver esta charla. Yo estuve en directo y de verdad que dice cosas muy sensatas.

https://www.youtube.com/watch?v=qQ5mP2dzJi4

miércoles, 18 de junio de 2014

"Segundas partes nunca fueron buenas".

"Segundas partes nunca fueron buenas". Y yo aprendí a la decimonovena. Lo bueno de ir cuesta abajo y sin frenos detrás de una persona y al final dártela contra un gran muro, es que no caes a un eterno precipicio. Tienes dos posibilidades: o aferrarte al muro o dar la vuelta.

Yo regresé. Pero para volvérmela a dar. No tenía remedio entonces. Me creía la abanderada de las causas perdidas. Y ahora pienso lo distinto que hubiera sido todo si hubiera tenido alguien que hubiese pasado lo mismo que yo. Todo habría sido distinto. Creo que hubiese pensado antes de actuar, creo que hubiera considerado mis opciones, creo que no hubiera pensado que podría traspasar muros.

Pensándolo en frío, habría comparado la situación con una función. Cuando se cierra el telón no te quedas en la butaca. Te levantas y te vas. Ya has visto todo lo que ofrecía el espectáculo y no sacas otra entrada para la siguiente actuación porque sabes que va a volver a ser lo mismo.
Y también pienso el porqué. ¿Por qué quise volver a intentarlo?

Tengo dos tipos de miedo que lo justifican.

El primero es el temor a estar solos. Confundimos soledad con estar solo. Y no. Nadie se aferra a un clavo ardiendo por el gusto de quemarse, sino porque tiene algo donde agarrarse, aunque duela. Esa sensación de vacío que se queda dentro tras la marcha de esa persona deja un frío que intentas aliviar como sea. Buscando otras personas que intenten llenarlo, rodearte en todo momento de gente, cualquier cosa menos estar encerrado entre las cuatro paredes que suponen el recuerdo de lo que era estar a su lado. Eso es la soledad. Mientras que estar solo es aprender a vivir contigo mismo, saber quererte a ti por encima de todo, aunque suene egoísta. Nadie te va a querer más que tu mismo. Y se acaba aprendiendo con el tiempo.

El otro miedo es el mismo que siente un niño pequeño ante la oscuridad. Miedo a lo desconocido, a lo que puede pasar. Si al niño no le hubieran contado historias de miedo, viviría feliz pensando que la noche es igual que el día pero sin Sol. Y aunque parezca instintivo temer a lo que no se conoce, en realidad todos aprendemos a base de experiencias. Uno pone la mano en el fuego sin saber que se va a quemar. Siento poner de ejemplo tanto el fuego, pero es como uno se siente tras la marcha de esa persona tan importante que ha pasado por tu vida: has entrado en combustión y sigues ardiendo. Lo mismo ocurre cuando no se sabe qué pasará. Y puedes comparar la situación con todo lo que hayas vivido antes y recordarás que una vez también estuviste a oscuras hasta que alguien dio la luz. Y ahora no sabes si volverán a hacer lo mismo o simplemente será un destello y volverás a quedarte a oscuras. Y echas de menos a la persona que dio al interruptor. Y piensas que nadie más volverá a hacer lo mismo. Y ese es el peor miedo de los dos, no creer que vuelvas a encontrar alguien igual, aunque te haya dejado a oscuras.

Y ahora aprendes a superar tus miedos y no a vivir con ellos. Vuelves a sentirte bien, como si nada hubiera pasado pero con la información necesaria y tras haber pasado lo peor no volverá a doler igual, será más pequeña la herida o no te dejarán ni marca. Pero sobre todo te planteas volver a abrirte a alguien con la misma ilusión, ganas y fuerza.

martes, 17 de junio de 2014

Era perfecto.

Una cosa buena que he aprendido del tiempo es que, además de curar heridas, te hace comprender que los malos momentos se acaban olvidando y sólo quedan los buenos.

No te odio, ni te tengo asco, ni te maldigo, ni me digo a mi misma el falso consuelo que supone pensar que el que has salido perdido has sido tu, ni espero que vuelvas, ni rezo para que te des cuenta del error, ni espero que te vayan mal las cosas. Al contrario. Guardo un buen recuerdo de ti, sin rabia ni rencor.

Hoy me han hablado de dormir bien y no saben lo que era dormir contigo. Me he acordado de lo sencillo que era dormir a tu lado. De la perfecta combinación que hacíamos dormidos. Podía estar toda la noche quieta sin tener que moverme por el calor o buscando el edredón, ni buscando una y mil veces la postura para sentirme cómoda. Era sencillo. Era perfecto. Dejaba caer mi cuerpo junto al tuyo y podía dormir doce horas seguidas así. Tu a mi lado, tu brazo en mi nuca haciendo de almohada y el otro abrazándome, sin llegar a ser un peso muerto que no me dejase respirar ni una soga por la que sentirse prisionera. Era perfecto, al igual que tu respiración acompasada, silenciosa, y la temperatura de tu cuerpo. Me guarecía en ti, necesitaba tener mi espalda pegada a tu pecho y notaba tu corazón latir pausadamente. No me dabas calor, ni sentía frío. Era perfecto. Nos gustaba dormir sin luz que nos pudiera molestar, sin ningún ruido de fondo y nunca me soltabas.

Ahora echo de menos esas noches. Ahora temo no encontrar a una persona con la que sea capaz de sentirme así. Sabes que soy muy mía para algunas cosas y esta es una de ellas. Dudo si otra persona que no seas tu podrá volver a hacerme sentir así de cómoda entre sus brazos. Creo que va a ser complicado encontrarla.



viernes, 13 de junio de 2014

Perdóneme señor Coelho, pero yo no estoy de acuerdo.

Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores; uno con el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos, esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella.

Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que perderéis siempre. Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan a la razón y os impedirán, siempre, alcanzar un final feliz. Hasta que cierto día dejaréis de intentarlo… Os rendiréis y buscaréis a esa otra persona que acabaréis encontrando.

Pero os aseguro que no pasaréis una sola noche, sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más… Todos sabéis de qué estoy hablando, porque mientras estabais leyendo esto, os ha venido su nombre a la cabeza.

Os libraréis de él o de ella, dejaréis de sufrir, conseguiréis encontrar la paz (le sustituiréis por la calma), pero os aseguro que no pasará un día en que deseéis que estuviera aquí para perturbaros. Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo el amor con alguien a quien aprecias.

- Paulo Coelho.



Perdóneme señor Coelho, pero yo no estoy de acuerdo. 

No creo que la química influya en un tema que competencia exclusiva del corazón. Me niego a pensar que ese "segundo gran amor" deba hacértelo pasar mal, quiera sufrir por él y menos aún que yo desee que esté aquí para perturbarme. Lo siento, pero no. Porque si debemos tratar el amor como una serie de actos sadomasoquistas, yo me niego a tener que buscar en el dolor mi felicidad. 

Yo pienso que ese segundo gran amor del que habla, en realidad es el primer gran amor, esa primera persona que logra calarte de pies a cabeza, la primera persona que de verdad sientes amor, por la que luchas hasta que no tienes fuerzas, por la que dejas de ser un ser egoísta y ves que eres capaz de buscar siempre el bien y el beneficio de ambos. Pero cuando ese primer gran amor se acaba, es lógico, normal y completamente comprensible que te duela, que la eches de menos y quieras retroceder en el tiempo y volver a besarla o también a discutir. 

Pero más allá de esa primera persona, habrá más. Personas que te volverán a hacer sentir, algunas más y otras menos, pero al menos vas con la lección aprendida. El dolor será menos doloroso como la primera vez y no entiendo que tiene eso de malo. 

Si aprendemos de la experiencia para ser mejores, se supone que en el amor también, ¿no?. 


martes, 10 de junio de 2014

Un chute de optimismo de cara a París.

He rescatado la felicitación del año pasado que escribí para uno de mis mejores amigos. Y quiero volverlo a poner aquí para que lo lea en estas fechas de exámenes (porque me da a mi que lo va a leer) y más que por darle ánimos, para que sepa que confío en que va a poder con ésto y más.

Más que un amigo, un hermano que duerme en otra casa.
Más que un hermano, un apoyo, un confidente, una persona por las que vale poner la mano en el fuego.

"Puede que él no recuerde cuando nos conocimos, pero yo sí. Fue una mañana en la playa cuando me dijo su nombre. Éramos unos críos y nos pasábamos horas bañándonos en el mar, haciendo castillos de arena, cruzando a la playa del camping cuando había bajamar, cogiendo olas con la tabla intentando esquivar a la gente y como él recuerda, tirándole bolas de arena mojada mientras él corría para librarse. Tampoco olvido las cientos y miles de ahogadillas que me ha hecho y todavía tengo que devolverle.

Esos días de playa cuando éramos unos críos se convirtieron en paseos por el pueblo y el puerto, en escapadas a otras playas y pueblos, en tardes enteras en la “uve” y en el polideportivo, en películas los días de lluvia, en fotos, en helados de Campíos… Y cada verano había algo nuevo por hacer, no te puedes aburrir con él porque siempre tiene un plan.

Durante el resto del año nos veíamos en la ciudad, siempre que tuviera tiempo porque no he conocido a alguien que tenga más aficiones que él. Balonmano, inglés, coro, alemán, pintura… Y sus notas son inmejorables.

Aunque siempre tiene cosas por hacer y su agenda esté repleta, saca tiempo de donde sea para la gente que le importa y además de eso, se preocupa de hacer que ese rato con él sea entretenido y hacerte reír. Tampoco para quieto. Si algo le gusta va a por ello y creo que nunca se ha quedado a las puertas de conseguir aquello por lo que se esfuerza. Es la persona más desinteresada que conozco. Me ha demostrado con el paso del tiempo que es más que un amigo, que no juzga tus actos, que intenta sacar lo mejor de la otra persona, que no necesita intentar comprenderte porque te entiende sea cual sea el problema y que siempre va a ser mi apoyo ante lo difícil y va a darme el consejo que él mismo seguiría. Ha estado en los momentos más importantes y hay veces que pienso que no le he devuelto todo ese cariño que él me ha demostrado y cómo puede soportarme a veces".

Hoy cumple veinte años el ingeniero-economista. Un lujo de chico que resulta ser mi mejor amigo. Muchas felicidades Luis Javier San José Gallego.

lunes, 9 de junio de 2014

Hogar.

Resumiendo: en el mundo hay dos tipos de parejas. Las que son tipo bolso y las que son tipo maleta. Tener pareja para ir al cine o a cenar es como tener el bolso que combina con todo pero no es la maleta que te acompaña en los viajes. El bolso lo llenarás con la cartera, las llaves, el móvil, maquillaje, y puede que también metas el cepillo de dientes para pasar una noche fuera. Pero una maleta supone llenarla con ropa para todas las ocasiones, porque nunca sabrás qué vas a poder utilizar. Metes todos los "por si acasos", libros, la cámara de fotos, el cargador del móvil, todo el dinero que tienes ahorrado, incluso el pasaporte. Llevas contigo tu vida y a donde vayas podrás decir que es tu casa, porque no necesitarías nada más.

Lo mismo pasa con las personas.

Hay personas que son tu compañía por unas horas, incluso por unos días. Tienen fecha de caducidad. Volverás a casa para recoger aquello que necesitas, arreglarte para que no te vea con tus peores pintas, querrás volver a ver a tu gente. Pero existe otra clase de personas que construyen su casa adonde quieran que esté el otro. No necesitarán volver para sentirse agusto, porque han encontrado a alguien con el que la comodidad se basa en mostrarse de todas las maneras posibles y no sólo en sentirse cómodo viendo una película en el sofá. 

Vale la pena esperar para encontrar a alguien que no sea un albergue, sino a la que puedas llamar hogar aunque estés en mitad de la nada.

domingo, 8 de junio de 2014

Felicidad.

Lo más curioso de algunas personas, y a la vez lo más frustrante, es que crecen creyendo ser iguales al resto del mundo. Quizás sea porque se han acostumbrado a reflejarse en los ojos de la gente que busca una felicidad estándar, conformista, simple y sobra. Una felicidad por la que son capaces de cruzar la calle, pero no medio planeta. Una felicidad basada en la tranquilidad de poder contar con alguien a su lado.

Por eso, que alguien espere a que llegue a su vida esa felicidad personal difícil de saciar, de encontrar, por la que se plantea uno subir los picos más altos, descender hasta el centro de la Tierra y regresar sólo por sentir un roce, es admirable. Y mientras dura la larga espera, esas personas arrastran en su interior un miedo y una angustia que se puede apreciar debajo de los ojos. Esa oscuridad de las ojeras que, con cada noche que pasa a su lado el insomnio, se hace más latente.

Puede que hayamos inventado una idea de la felicidad que debe ser impuesta por norma general. Puede que la verdadera felicidad individual duerma en el fondo de cada uno esperando ser despertada y saciada. Puede que seamos egoístas al no querer saber lo que realmente nos hace ser felices. O demasiado cobardes al arrojar la toalla y sumándonos al convencionalismo que abunda.

Para el que busca ese "algo más". El que busca, encuentra. Tarde o temprano, pero encuentra.

lunes, 2 de junio de 2014

Renacimiento.

Dicen que el tiempo todo lo cura y yo creo que ya cicatrizaron mis heridas. Por fin desde hace mucho tiempo siento que ninguna cuerda me ata, he aprendido a quererme a mi misma, a ser capaz de esquivar las balas y saber darle la importancia que de verdad merece cada persona y situación. He aprendido a dar valor a mis actos, a mi corazón y a mi vida en sí.

Estar sola no significa soledad. He vivido conmigo misma por un tiempo, he salido a flote a base de creer en que puedo con todo lo que me echen encima y consiguiendo poco a poco alcanzar las metas que me había marcado, de apoyarme en verdaderas amistades y dar exclusividad a mis intereses por encima de otros. He sabido apreciar mi vida tal como es, a desechar el pesimismo, a aprender de mis errores aunque haya sido tarde y saber que nunca más volveré a caer en la misma piedra. He agudizado el sentido de la vista y del olfato; ahora sé calar mejor a la gente y también el sentido del tacto al saber dar más valor a un abrazo que a un roce.

Ahora llevo una armadura bajo la piel y si aparece alguien que de verdad quiera traspasarla, demostrará con actos, y no me influirán sus palabras, que valdrá la pena desprotegerme. Esa persona me tendrá a su lado, pero no esposada. Seremos dos vidas trazando dos lineas paralelas. Será el equilibrio entre dos personas. Evitaré la admiración ferviente, la adoración y cegarme por una vida que no es mia, sino mi complemento.

Si, creo que ya estoy lista.