domingo, 8 de junio de 2014

Felicidad.

Lo más curioso de algunas personas, y a la vez lo más frustrante, es que crecen creyendo ser iguales al resto del mundo. Quizás sea porque se han acostumbrado a reflejarse en los ojos de la gente que busca una felicidad estándar, conformista, simple y sobra. Una felicidad por la que son capaces de cruzar la calle, pero no medio planeta. Una felicidad basada en la tranquilidad de poder contar con alguien a su lado.

Por eso, que alguien espere a que llegue a su vida esa felicidad personal difícil de saciar, de encontrar, por la que se plantea uno subir los picos más altos, descender hasta el centro de la Tierra y regresar sólo por sentir un roce, es admirable. Y mientras dura la larga espera, esas personas arrastran en su interior un miedo y una angustia que se puede apreciar debajo de los ojos. Esa oscuridad de las ojeras que, con cada noche que pasa a su lado el insomnio, se hace más latente.

Puede que hayamos inventado una idea de la felicidad que debe ser impuesta por norma general. Puede que la verdadera felicidad individual duerma en el fondo de cada uno esperando ser despertada y saciada. Puede que seamos egoístas al no querer saber lo que realmente nos hace ser felices. O demasiado cobardes al arrojar la toalla y sumándonos al convencionalismo que abunda.

Para el que busca ese "algo más". El que busca, encuentra. Tarde o temprano, pero encuentra.

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