lunes, 25 de febrero de 2013

Microcuento.

Le tocaba volverla a esperar. Siempre pensaba lo mismo mientras miraba a ambos lados de la plaza, "la voy a regalar un reloj sincronizado con el mío". Sonreía con sólo pensarlo, ¿cuándo esa chica se guiaba por las manecillas de un reloj?. Por eso la gustaba tanto, porque era singular.

Las primeras veces ella llegaba a la hora de la cita para no hacerle esperar y no le daba tiempo a mirarse en los escaparates de las tiendas para intentar peinarse con los dedos, ni mirar el móvil ni dejarle escuchar el final de la canción que sonaba en su mp3. Pero pronto ella mostró la impuntualidad que la caracterizaba y los cinco minutos alguna vez que otra llegaron a ser quince.

Al principio en esos ratos de espera él se aseguraba de la hora y el lugar mirando los mensajes y con el paso de los dias y de los meses usaba ese tiempo para pensar en todo el trabajo que tenía pendiente o en dedicarse a observar a la gente que pasaba o estaba como él esperando a alguien.

Las diez y trece y ella sin aparecer.

Trece minutos en la plaza esperando para que cuando llegase ella lo primero que dijera fuera un "lo siento" y le sonriera para evitar que se enfadase. Volvían a curvarse sus labios pensando que era imposible enfadarse con ella.

De repente la ve aparecer. Era pleno invierno. Iba abrigado con varias capas de ropa y la bufanda tapándole la boca. Fue mirarla a los ojos y ella consiguió hacerle sentir un escalofrío de pies a cabeza que el frío en dieciséis minutos no había conseguido.

Fin.