sábado, 31 de mayo de 2014

¿Qué me habéis traído de regalo?

Hace mucho tiempo, vivía en un palacio francés una joven de cabello castaño y ojos verdes. Estaba lejos de casa pero eso no la asustaba, convivía con más niñas de su edad. Asistía a clase, sacaba buenas notas y escribía a sus padres una vez por semana para saber qué ocurría al otro lado de los Pirineos. Si el pequeño de la casa se había hecho más grande, cómo estaban sus abuelos, si había empezado a hacer buen tiempo, si cuidaban de su bicicleta. Casi todo lo que escribía en esas cartas eran preguntas esperando ansiadamente la respuesta. Recibía a menudo cartas de sus abuelos, dos por semana, a veces acompañadas de fotos, otras con un paquete con chucherías y dinero. ¿Para qué quería ella dinero en ese palacio?. Tenía todo lo que necesitaba: ropa, comida, libros... Por eso le hacía más ilusión que nada las cartas. Sólamente necesitaba eso. Que alguien se acordase que seguía viviendo, aunque fuera apartada del resto del mundo.

Pero las palabras que más quería oír nunca llegaban.

Cuando la iban a buscar al final de mayo, todas las niñas del Palacio esperaban de punta en blanco a sus padres. Algunas más tímidas que otras, esperando que sus familias no las castigaran sin por sus malas notas, otras impacientes, intentando adivinar qué regalo traerían consigo. Todas esperaban el ansiado momento de cruzar la gran verja que anunciaba el fin de las clases y el comienzo del verano, pero sobre todo, ese prometido gran regalo. Todas, excepto una.

La impuntualidad era propio de ella. Siempre dejaba para el último momento recoger sus cosas y hacer las maletas. Cuando bajó al gran salón se encontró con compañeras suyas corriendo a abrazar a sus padres, otras mirando por la ventana esperando que los próximos en llegar fueran los suyos y ella se quedaba quieta, sentada en los escalones de la entrada mirando el cielo, el campo, los coches aparcados y el revuelo de personas que se había formado.

Y los vio llegar.

Se levantó, bajó los escalones y permaneció quieta, moviendo con sus zapatos la gravilla del suelo. Sabía que se estaba ensuciando pero no la importaba. Cuando estuvieron más cerca, en vez de correr hacia ellos, caminó sin prisas y en el momento en el que estaba enfrente de ellos, esperó a que la cogieran en brazos, que se pusieran a su altura o un simple gesto de cariño por su parte. Pero solo se la quedaron mirando. Llevaba con ella un folio con las notas de curso. Todo notables y sobresalientes. No comprendió nunca esa insensibilidad innata de la que prometió siempre no calarse. Pero entendía una cosa. ¿Qué niño no recibía un regalo por sus buenas notas?. Asique tomó aire y con voz pausada, se atrevió a mirarles a la cara y preguntar: "¿Qué me habéis traído de regalo?".




(Ensayos de novela)

viernes, 30 de mayo de 2014

No solamente en enero.

El 31 de diciembre del año pasado escribí esto y no lo publiqué. Acabo de encontrarlo y todavía sigue teniendo sentido para mi, ahora que alcanzamos el ecuador del 2014. Poco ha cambiado en estos casi seis meses. Mis propósitos siguen firmes, he madurado un poco más y he aprendido a darle tiempo al tiempo, que es el mejor maestro, el mejor juez y aparta de mi la idea de depender de la suerte, porque me he dado cuenta que es la más puta de todas, que se vende por un ruego y después te abandona por otro.

Sepamos confiar en nuestros pasos, en el camino y no en el destino, que no es el mismo para cada ruta y es muy fácil desviarse.

"Que el destino no nos tome las medidas".

"Empezar un nuevo año no significa por norma empezar de cero, ni tener nuevos propósitos para los próximos trescientos sesenta y cinco días. Yo ya empecé hace tiempo los míos, y el 1 de enero no será más que el unico día del año en el que haré maratón de películas intentando no morir por la resaca.

Algunos pensarán en volver al gimnasio, otros en dejar de fumar, pero yo no tomo ese camino. Decidí pactar conmigo misma y no tuvo que ser un 31 de diciembre. He cumplido y cumplo mis objetivos, sin dejar de haber cometido fallos, como todo el mundo. Las flaquezas no son el fracaso absoluto.

Tampoco tienen que ser estas fechas las únicas para acordarse de la familia y amigos. Pienso en los que están conmigo a diario y les digo durante todo el año que les quiero y que los necesito cerca. Recuerdo a los que no están y más cuando veo que en las fotos aparecemos menos personas. Pero es ley de vida y volverá a haber caras nuevas y también reencuentros en estaciones y aeropuertos.

Recuerdo muchos momentos de este año, tanto buenos como malos, porque siempre hay de todo. Y ya está. No voy a empezar una nueva vida tras las campanadas y las uvas. Sólo empieza un nuevo año y mis propósitos y metas ya me los establecí hace tiempo, quizás mejor o peor llevados a la práctica, pero siguen siendo los mismos. 


Sin prometerme a mí misma ganar el Cielo, el oro y el moro de la noche a la mañana; eso se va ganando día a día y no solamente en enero.

lunes, 26 de mayo de 2014

Never give up.

En mi familia siempre me han enseñado que con esfuerzo y sacrificio se alcanzan todas las metas que uno se proponga. Da igual que parezcan imposibles, que la gente intente hacerte cambiar de opinión y que la vida, aunque a veces sea injusta, no puede con una persona por muy cuesta arriba que se ponga. Me enseñaron que nunca hay que contar con la suerte, que siempre se debe creer en uno mismo y con preocuparse no se llega a ningún sitio. Que hay que mirar a los problemas de cara, buscarles solución y nunca venirse abajo.


Mi familia está compuesta por auténticos titanes y gracias a ellos, a su apoyo, a su entrega y a sus enseñanzas, yo estoy aprendiendo a ser una más. Porque el camino que todos ellos han recorrido antes que yo, es por el que quiero andar y pisar las mismas huellas que ellos han dejado.

domingo, 18 de mayo de 2014

La experiencia es la mejor memoria que existe.

Me da rabia hablar para que no te escuchen, o simplemente que ni te estén mirando. Yo también lo hago a veces, lo sé, e intento remediarlo. A veces pienso que mi entorno resta importancia a mis palabras sólo por el hecho de haberlo vivido antes que yo y haberme transmitido la enseñanza. O no querer tomarme en serio.

Pero lo que más rabia me puede dar es la cara de incredulidad, como si hubiera superado expectativas preconcebidas de mi.

Habiendo superado todas las expectativas, me miran atónitos como el artista que contempla hipnotizado su obra cumbre. Y eso me supera con creces. Ese entorno se describe en momentos, sentimientos y personas que me han dejado una marca en la piel a base de golpes de cincel y martillo. Y parece que he actuado y me he comportado como nadie se hubiera imaginado que lo haría. E intentan comprender cómo se puede ajustar una forma de pensar así a una vida tan corta, a una mente tan joven.

Ahora entiendo que lo vivido son las verdaderas enseñanzas, que hay que dejar que pase el tiempo para que se transformen de sentimiento en lógica. Como el hierro candente si lo dejas enfriar. Como una ordalía de la que se espera el resultado final.

Somos los momentos vividos, las reacciones ante ellos. 
Somos los golpes recibidos, la postura que tomamos para poder levantarnos.

La experiencia es la mejor memoria que existe.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Templo.

¿Ya no qué? Ya no vas a poner la mano en el fuego por él, ni el corazón en lo que hagas, ni te sale un suspiro pensando en él. Más bien un bufido. Porque ya no hay ganas. Ya no vais por la calle de la mano. Ya no hay sorpresas porque sí. Se reserva para algún aniversario. Ni beso de buenos días, ni de buenas noches. Por no haber, no hay ni mensaje en el móvil. Ya no hay esa motivación que te hacía dar un salto por las mañanas y comenzar a arreglarte a primera hora de la mañana. Ya no hay las tres "Ces" de los jueves. Cena, cine y copa. Ya ni te arreglas para dar una vuelta aunque sea a la manzana. Ya no esperas en su portal. Ni te espera en el tuyo. Ni apareces por casualidad. Ya no inviertes más tiempo en ir y volver que en estar. Porque ya no merece la pena. Ni apetece demasiado. Ya no compartes paraguas. Porque has caído en la cuenta de que no es práctico y porque en realidad es incómodo. Que traiga otro o que se ponga capucha. Ya no hay tiempo para tonterías. Ya no perdemos el tiempo. Porque ya no hay tiempo que perder. Seamos serios, por favor. 

Ya no te cae un piropo ni por error. Le cae a el que acaba de pasar. Y un, dos, tres, ofenda otra vez. El que la hace, la paga. Ley del talión. Y te das al ojo por ojo. No vayas a quedar por debajo, así de gratis. Y piensas: "pero, ¿quién coño se ha creído?". Que para orgullo, el mío. Que para lanzar palabras como puños me basto y me sobran. 

Y luego se oye por ahí que el romanticismo ha muerto. Perdona pero no. Igual lo has matado también tú un poco a base de dejar que se enfríe el lugar donde antes saltaban chispas o alguno de los dos ha dejado abierta la puerta y las ventanas por donde, aparte de aire fresco, han podido entrar más personas y has pensado que tal vez estabas rozando el conformismo aferrándote a una determinada persona. 


Repito; y luego se oye por ahí que el romanticismo ha muerto. Perdona pero no. Igual lo has matado también tú un poco. Y no estoy hablando de hacer corazones en San Valentín. Hablo de pequeños gestos que marcan la diferencia. Y ya no sólo con la otra persona. Sino contigo mismo. Y eso es peor. Porque una relación no es poner a la otra persona por encima de todo y olvidarse de uno mismo. Es querer compartir dos vidas. La suya y la tuya. Y no un dos en uno.


Para el que abandona su propio ser por amor. No he vivido mucho pero ha sido intenso, como ha de ser vivida la vida. Y lo más importante que he aprendido ha sido que nadie me va a querer tanto como yo. Que el cuerpo es un templo donde el corazón y la mente son sagrados para quien mora en él. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Piedras.

Los sentimientos son la carga más difícil de soportar. Creo que si en este momento me dieran a elegir entre cargar con piedras o con todos los pensamientos que chocan en mi cabeza, las dudas y las preocupaciones, sin duda alguna elegiría un gran bloque de piedra con el que al menos pudiera barajar la posibilidad más correcta de poder llevar todo el peso que supone.

Siempre oí decir que "de los problemas, uno no se preocupa, se ocupa de ellos". De sanarlos, de evitarlos, de encontrarlos solución lo más rápido posible. Pero ¿qué hacer cuando se empieza con uno y se cargan cientos?. Cada persona tiene su sistema para enfrentarse a ellos y yo todavía no sé cómo hacerlo, porque nunca me han venido tantos de golpe, tan grandes y de improvisto.

Yo he intentado ser fuerte, cargar con todos mis problemas y evitar a toda costa que alguien intente aliviarme aunque sólo fuera contando la carga que llevo. Pero ahí viene el mayor de todos los problemas; ¿cómo hacer como si nada estuviera pasando cuando ya te encuentras aplastado por la gran masa?. Mi conciencia no me permite dejar a un lado mi preocupación y sonreír. Es un "debería" y no puedo. Todo el mundo lidia con sus problemas y es frustrante ver como no puedo apartarlos de mi cabeza ni un sólo segundo.

Y en cuanto se suman a otras dudas y dilemas, siempre acaban jugando en ellas las contradicciones, como en aquella frase "haciendo un pulso cabeza y corazón", y bastante tengo con intentar entenderme como para poder explicarlo y que alguien lo entienda si no me entiendo ni a mí misma. Y menos aún que intercedan. Asique intento quitar hierro, medir mis pasos contando con la experiencia del pasado y que parezca un "cuesta abajo y sin frenos" cuando en realidad te has adelantado al resultado y llevas la armadura bajo la piel. Que nadie quiere que la hagan daño porque sí. Porque una vez ya fue bastante.


Son tan cercanas las personas por las que me preocupo y quiero ayudar que no puedo plantearme la posibilidad de ser egoísta y fingir que nada me importa. Y a la vez, son tantas las ganas de confiar, poder aliviar las ganas de contarlo todo y al menos que alguien solamente me escuche, como los motivos que tengo para desconfiar y no hacerlo.

Al menos lo escribo e intento entenderme.
Hasta que sepa cómo llevarlo todo sin hacerme daño, seguiré cargando.