jueves, 27 de febrero de 2014

Trenes.

Un día conoces a alguien que frecuenta los mismos bares que tu, las mismas bibliotecas, y te preguntas dónde ha estado todo este tiempo escondido. Empieza a parecer nuevo lo que antes era pura rutina. Conoces a alguien que se queda dormido al mismo tiempo que tu todas las noches, que no te hará reír desde el minuto cero, pero no te hace llorar. Y eso ya es mucho. Ya no necesitas andar por la ciudad con cascos, y los atascos ya no te resultan tan agobiantes si esa persona te cambia mil veces la emisora buscando la música que sabe que te gusta. 


Pero el insomnio tiene nombre, apellidos y se encarga de hacerte recordar que has tenido una vida pasada en esos mismos bares, bibliotecas y calles. Pasa a tu lado, te hace sentir rabia solamente mirándote de reojo, pero te roza y te corta la respiración. 

Alguna vez conoces a alguien y te dan ganas de ordenar todo lo que era tu caos de vida y piensas en hacer la gran reforma. Que no se note que por ahí pasó un vendaval. Porque esa persona pretende quedarse hasta que tu te levantes por las mañanas y va a intentar no despertarte, anteponerte a partidos de fútbol y reírse porque sí contigo y no de las pintas que llevas para salir un rato. No te va a criticar, hará suyos tus defectos. Incluso puede que haya vivido lo mismo que tu, y ya el desorden no te parece tan imperfecto. 

Y de mientras esperas que el insomnio se acuerde de abandonarte en algún momento, aunque no haya ganas de ninguna despedida todavía. Porque hay personas por las que perderías todos los trenes que hicieran falta con tal de quedarte un poco más. Pero lo malo de no subirte a ninguno de ellos te hace pensar que te pierdes mucho ahí fuera y no creo que necesitemos pensar en otra cosa para seguir, aunque tan solo por una razón seríamos capaces de quedarnos en la estación.



Así que preparas su bienvenida por todo lo alto, con las grietas sin disimular, tus cosas esparcidas por el suelo, como lo has hecho siempre que llega alguien nuevo. Las desilusiones nunca han tenido cabida. 


lunes, 17 de febrero de 2014

Camino de vuelta.

La naturaleza tiende al descarte, a jugar con las probabilidades, a desechar opciones y finalmente hace oídos sordos a los impulsos para hacer frente con la lógica.

Puede que llevemos mucho tiempo ignorando la realidad, las costumbres que nos rodean, que por andar en dirección opuesta creamos ser invencibles. Asumidlo, Hollywood nos ha malcriado haciéndonos creer que las historias imposibles se hacen realidad. Si alguna vez, alguna de esas películas hubiera pasado de verdad, llevaría un “basado en hechos reales” en luces de neón. Y no. Eso sólo pasa en las películas de asesinatos en masa o en aquellas en las que el protagonista acaba siendo ni la sombra de lo que fue en sus días de gloria.
La niña buena, tarde o temprano, acaba volviendo al redil. El soñador también se da de bruces. El chico malo no se acaba convirtiendo en el Romeo que todo el mundo espera. Los setecientos euros de suelto por dejar de estudiar a destiempo dejan de ser tan tentadores si se triplican al terminar de formarse. Y la gran marea del inconformismo acaba siendo el río de unos pocos que siguen alimentando la idea con mitos, pero también con grandes personas que dan sentido al riesgo que supone dar la vuelta a todos y cada uno de los principios que se nos imponen desde pequeños.

No sería cobardía ni hipocresía aceptar que gran parte de nosotros no seríamos capaces de hacer realidad todos nuestros sueños, sino realidad. No es pesimismo, sino atender a aquello que necesitamos por encima de lo que queremos. ¿Quién moriría con las botas puestas? ¿Quién se sumaría a la minoría cuando ha conocido la estabilidad que proporciona el equilibrio de la mayoría? ¿Y quién no ha intentado cambiar las cosas aunque sólo hubiera sido por una vez?


Habrá que intentarlo al menos. Y que sea lo que sea, al menos, hasta que veamos el principio del precipicio y sepamos dar marcha atrás a tiempo. De grandes leyendas el mundo está lleno, y al menos yo sé que no llegaré a ser una más. Y porque, (y ésta es la primera razón de todas, la que da sentido a nuestro mundo convencional y falsamente culpado de egoísta), ante la seguridad de los que quiero, dejaría de lado todo lo que yo deseo.

Al saco de hormonas, al eternamente joven: ser el hijo pródigo y tener siempre en mente el camino de vuelta no es mala idea.