miércoles, 18 de junio de 2014

"Segundas partes nunca fueron buenas".

"Segundas partes nunca fueron buenas". Y yo aprendí a la decimonovena. Lo bueno de ir cuesta abajo y sin frenos detrás de una persona y al final dártela contra un gran muro, es que no caes a un eterno precipicio. Tienes dos posibilidades: o aferrarte al muro o dar la vuelta.

Yo regresé. Pero para volvérmela a dar. No tenía remedio entonces. Me creía la abanderada de las causas perdidas. Y ahora pienso lo distinto que hubiera sido todo si hubiera tenido alguien que hubiese pasado lo mismo que yo. Todo habría sido distinto. Creo que hubiese pensado antes de actuar, creo que hubiera considerado mis opciones, creo que no hubiera pensado que podría traspasar muros.

Pensándolo en frío, habría comparado la situación con una función. Cuando se cierra el telón no te quedas en la butaca. Te levantas y te vas. Ya has visto todo lo que ofrecía el espectáculo y no sacas otra entrada para la siguiente actuación porque sabes que va a volver a ser lo mismo.
Y también pienso el porqué. ¿Por qué quise volver a intentarlo?

Tengo dos tipos de miedo que lo justifican.

El primero es el temor a estar solos. Confundimos soledad con estar solo. Y no. Nadie se aferra a un clavo ardiendo por el gusto de quemarse, sino porque tiene algo donde agarrarse, aunque duela. Esa sensación de vacío que se queda dentro tras la marcha de esa persona deja un frío que intentas aliviar como sea. Buscando otras personas que intenten llenarlo, rodearte en todo momento de gente, cualquier cosa menos estar encerrado entre las cuatro paredes que suponen el recuerdo de lo que era estar a su lado. Eso es la soledad. Mientras que estar solo es aprender a vivir contigo mismo, saber quererte a ti por encima de todo, aunque suene egoísta. Nadie te va a querer más que tu mismo. Y se acaba aprendiendo con el tiempo.

El otro miedo es el mismo que siente un niño pequeño ante la oscuridad. Miedo a lo desconocido, a lo que puede pasar. Si al niño no le hubieran contado historias de miedo, viviría feliz pensando que la noche es igual que el día pero sin Sol. Y aunque parezca instintivo temer a lo que no se conoce, en realidad todos aprendemos a base de experiencias. Uno pone la mano en el fuego sin saber que se va a quemar. Siento poner de ejemplo tanto el fuego, pero es como uno se siente tras la marcha de esa persona tan importante que ha pasado por tu vida: has entrado en combustión y sigues ardiendo. Lo mismo ocurre cuando no se sabe qué pasará. Y puedes comparar la situación con todo lo que hayas vivido antes y recordarás que una vez también estuviste a oscuras hasta que alguien dio la luz. Y ahora no sabes si volverán a hacer lo mismo o simplemente será un destello y volverás a quedarte a oscuras. Y echas de menos a la persona que dio al interruptor. Y piensas que nadie más volverá a hacer lo mismo. Y ese es el peor miedo de los dos, no creer que vuelvas a encontrar alguien igual, aunque te haya dejado a oscuras.

Y ahora aprendes a superar tus miedos y no a vivir con ellos. Vuelves a sentirte bien, como si nada hubiera pasado pero con la información necesaria y tras haber pasado lo peor no volverá a doler igual, será más pequeña la herida o no te dejarán ni marca. Pero sobre todo te planteas volver a abrirte a alguien con la misma ilusión, ganas y fuerza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario