sábado, 19 de diciembre de 2015

Calma y silencio.

Hay veces que no se puede abarcar todo, de eso no hay duda, pero se intenta. Y en el intento de compaginar varios aspectos de tu vida, y más cuando la sensibilidad está a flor de piel, buscas también tiempo para estar en calma. Quien no llora en la primera, va a romperse mientras llora en la última, y más cuando sabe que no ha llegado el final que tanto esperaba. Que la Navidad es feliz si no faltan sillas en la mesa y cuando hay algo que realmente vale la pena celebrar.


Yo, mientras ahogaba mis ganas de llorar evitando hablar, en ese enero que me parece ayer, esos puntos que unidos forman las fronteras y muros que delimité en el principio con ganas y esfuerzo para que no se vinieran abajo, se fueron disipando como si fueran humo con el paso de las semanas y de los meses. No necesité acciones ni palabras, sólo hubo el silencio generalizado y mi letargo. Un sueño profundo que empezó por desechar la rabia y el dolor en un principio, siguiendo por actuar de forma automática manteniendo la cabeza alejada de todo pensamiento, volcándome en cada cosa que hacía, intentando restar importancia mostrando una sonrisa, evitando caer en la tentación de quejarme, levantando la cara ante el picor de ojos que vaticina las lágrimas para que no se escapen y acabó en el momento en el que me vi abandonando una casa a media mañana con la ropa del día anterior y por primera vez en meses con lágrimas recorriendo mis mejillas ante la rabia que me producía saber que no había ni la más mínima confianza para decir lo que me dolía. 

Porque jamás pensé que cruzaría alguna de esas barreras. Porque jamás pensé que pudiera sentirme tan vulnerable. Porque en esa calma y silencio que buscaba simplemente no pensar por un rato, comprendí que también me había silenciado por completo.

Creo que en ese momento comencé a despertar. 

Esto no ha terminado, pero al menos ahora sé que va a tener un final, aunque sea en el los siguientes meses tras este diciembre de este 2015 que no ha terminado por ahora y que todavía va a durar un asalto más. Ahora sí me sirve con llorar para poder lograr vaciarme de esta sensación de frustración y en escribir, porque es ahora donde se encuentra la calma que tanto necesito.



De mi para vosotros. Nunca, repito: NUNCA calléis esa voz interna que guía vuestros pasos, aunque puede que llegue a contradecirse a veces. Y si necesitáis llorar, llorad, que es imperativo. Aunque eso sí, procurad que siempre sea al lado de personas que van a entender el porqué de cada lágrima y balbuceo. Yo tengo la suerte con contar a mi lado a esa persona tras cinco meses de distancia.

Y por el que calla, que otorga el silencio y con él el derecho de poder silenciar, poder volver a tomar el buen camino y que entre tanto ensordece el ruido que provoca. 

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