lunes, 30 de septiembre de 2013

Entre ceja y ceja.

Seguramente no hayas notado tu cabeza hasta que has intentado erguirte en la cama y has empezado el domingo sin esa taza café y tostadas recién hechas. Con los periódicos y los suplementos esparcidos por la mesa del comedor. Te puedo imaginar desfilando por el pasillo de tu casa con el albornoz puesto, con resaca, temblando y no creo que de frío. Con la necesidad de llevarte a la boca aunque sean unas galletas para poder tomarte un ibuprofeno que te alivie ese mareo constante con el que tu cuerpo te quiere hacer ver que, después de la noche en la que te has creído el centro del universo, por la mañana la Tierra sigue girando y no cuenta contigo.

Te empiezas a acordar de algunos momentos que han pasado las últimas doce horas. Esas primeras cañas mientras ponías copas. Y la primera copa después de salir del bar. Esa primera copa que abrasaba la garganta y creías que estaba demasiado cargada. Esa segunda que entraba con más facilidad. Esa tercera en el bar en el que trabaja un amigo. Esa cuarta, esa quinta... Ha habido cigarrillos de por medio. Y risas. Sobre todo muchas risas. Gritos por las calles, amigos, amigas. Conocidos, conocidas y, si haces memoria, ese desconocido que te empujó y te tiró la octava copa en la discoteca. Miras el móvil y ves mensajes, llamadas perdidas... Y piensas que creías haberte despedido de todo el mundo y les habías dicho que te ibas a casa. Pero tampoco te acuerdas del camino al portal. Ni de la última persona a la que escribiste.

Supongo que te lo pasarías bien.

Ahora, déjame que te cuente.

Mientras tu único deseo era ver el culo del vaso (y algún culo más, sin fijarte en la chica que cayera anoche de cuello para arriba) yo disfruté cenando en compañía de amigos míos, riéndonos de anécdotas del verano, con la única preocupación de haber pedido demasiada comida. Me acosté mientras bebías tu quinta copa, después de ver unas cuantas películas y las intervenciones del amigo que siempre te acaba contando la historia. Y en esas típicas partes en las que no sucede nada interesante, pensé lo tonta que soy porque te tengo. Tonta, si. Porque te tengo pero entre ceja y ceja. Como un certero tiro, y no me puedo sacar la bala de la cabeza. 


Al que vuelve siempre que necesita instrucciones de vuelo aunque sean las ocho de la mañana y despliega sus alas al notar el viento otra vez a su favor. Será el tercer año de apoyo incondicional en lucha por llegar a la cima.

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