martes, 15 de marzo de 2016

Ruta de escape.

Había platos con restos de la cena y vasos medio llenos por todos lados. Faltaba tabaco para todos los semiconscientes, los botellines no dejaban ver la mesa y lo único que nos unía era ginebra y no por sus calles.

Bendito sofá que nos acoge para resistir este día que parece que no acaba. La ducha de diez minutos me sabe a poco y el agua fría me despierta más que el café. Los domingos deberían echar el cierre a la hora que terminan los after. Otra vez me quedé con ganas de llamarte anoche y decirte que estoy apoyada en la barra donde a ti te dio por llevarte el servilletero a casa que ahora luce como un premio más en la estantería. Sabía que si miraba el móvil iba a ver un mensaje tuyo de buenos días.

Alguien preguntaba si había ibuprofenos mientras la papelera se iba llenando de los restos de anoche, por la puerta se escabullía silenciosamente la presa nocturna de alguno de nosotros, el día se despejaba y lucía el sol. 

Sacamos las sillas al patio y nos reunimos todos en torno a una mesa sacando todo lo que teníamos en el frigorífico y en los armarios de la cocina para comer. En ese momento te llamé para decirte que por la noche me lo pasé muy bien, pero hubiera estado mejor si hubieras venido. Te hubieras reído con nuestras caras y nosotros hubiéramos intentado mentirte sobre el número de copas que tomamos. Me parecía verte en la terraza de abajo recostada en la tumbona al lado de tus queridas hortensias. Si me preguntan un lugar donde sé que eres realmente feliz diría que es en el norte cuidando de tus plantas.

Las horas que al despertar me parecían eternas, comenzaron a sucederse a la velocidad del segundo. Cuando nos queríamos dar cuenta, la tarde se nos había echado encima y el atardecer cubría el cielo. Podría estar así un mes entero viendo el mar de lejos y escuchando las anécdotas de la noche anterior. Gracias a mis amigos siento que no hay tiempo que recuperar porque ahí han estado y por otro lado es como si faltara a la promesa que me hice de estar contigo en todo momento. 

La sensación de estar dividida es peor que sentirse sola, te lo prometo. Al menos en uno mismo se llega a encontrar la paz. Pero cuando la culpa te invade por creer que no se está con la persona que te necesita porque estás con las que tu precisas, aunque sea por un breve espacio de tiempo, esa sensación se condensa en el pecho y en vez de respirar aire siento que estoy bajo el agua. Siempre regreso con remordimiento entre los dedos por sentir la necesidad de distanciarme de ti. Y tú, que siempre me has entendido, sabes lo que siento incluso antes que yo misma y me animas a ir en la búsqueda de esa relativa calma. 

Al menos sabemos que esto sólo puede mejorar y es un gran alivio, que ya terminó este amargo capítulo de nuestras vidas que cada una lo ha llevado de la mejor manera que se le ocurría. Cuatrocientos dieciocho días en total. No he sido la mejor versión de mi misma durante todos y cada uno de ellos, pero si algo tengo que agradecer a todos estos meses es que si había alguna distancia que nos separase, ya no existe. La próxima vez que me vaya no será el mismo sentimiento, ni el de ida ni el de vuelta.

Señores, me recojo en mis recuerdos. Lo que tengo más a mano para revivir esos momentos es Semana Santa con sus cuatro días de consuelo y con eso es suficiente. Sur, acógeme como una devota más, que el camino para llegar a ti es largo. No sabes lo que te echo de menos. Norte, espérame como siempre en frente de la playa y con ella cuidando de su jardín.



De mi para las ansiadas vacaciones. Cualquier ruta de escape parece llevarme al fin del mundo si no es con ella.
Basado en preguntas. 

-Y cuando ya no duela, ¿seguirás recordando? 
-Cuando ya no duela, no recordaré ni esa pregunta.

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