miércoles, 10 de diciembre de 2014

El tiempo.

Esto no se para.

Esto nos separa.


A veces el tiempo no solo cura las heridas, también es un motivo de peso a tener en cuenta de cara al futuro. No esperemos que sea ilimitado, porque es la gran mentira en la que todos caemos. Y yo no estoy dispuesta. No digo "siempre" o "nunca" porque no se cumplen, al igual que tengo muy presente que todo tiene su fecha de caducidad. Su término, su plazo. Todo tiene su dies a quo y su dies ad quem. Absolutamente todo. Y nadie ni nada es una excepción.

Y por ello las ilusiones, las tristezas, las alegrías, las penas, las decepciones y todas las sensaciones y sentimientos son relativos en cuanto hay un tiempo que las delimita. Más largo o más corto, que nos ayuda a olvidar, tanto para bien como para mal.

Y sólo aquél que tiene bien claro el grado por el cual está sometido al tiempo, será verdaderamente consciente de lo importante que es darle tiempo al tiempo y a su vez que cada cosa (y también cada persona) requiere (y tiene) su tiempo. 



Le invadió la idea de lo limitado que iba a ser el tiempo y la idea de intentarlo desapareció. Y no volvió a planteárselo.

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